Hubo un tiempo de autores de prestigio que transmitían con su obra un mensaje y eran propietarios exclusivos de sus ideas y de su obra. Esos tiempos quedaron muy atrás con la era postmoderna, en la que los creadores, incluso los que han logrado fama y notoriedad, quedan reducidos a un segundo plano o incluso a la nada.
Como diría Barthes, el autor ha muerto. Pero hay que ir más allá: el autor está muerto, rematado y enterrado.
La primera muerte del autor
Los creadores morimos mucho antes de que empiece el proceso de creación. El motivo es muy simple: todo lo que ideamos e imaginamos es pura intertextualidad. Es decir, que cualquier cosa que se nos pase por la cabeza es una mezcolanza de lo que hemos vivido, limitada por nuestra experiencia y por el propio lenguaje.
Esto significa que nada de lo que escribimos puede ser completamente original. La clave, supongo, es que todas esas influencias estén tan diluidas unas con otras que salga algo distinto. Aunque claro, sin pasarse. A lo largo de la historia, ha quedado demostrado que adelantarse mucho a las tendencias suele acabar en fracaso y, como mucho, en un reconocimiento postumo.
La segunda muerte del autor
Esta viene en el propio proceso de creación. En el momento en el que pones personajes en un entorno, estás a merced de esos personajes y ese entorno.
Muchos escritores nos quejamos de que nuestros personajes tienen vida propia, y es en parte verdad. Cuanto más extensa sea una obra y más desarrollados estén los personales y el universo en el que se mueven, menos poder tenemos como autores… pero paradójicamente el texto es mejor y más sólido.
Si queremos que el personaje haga algo que es contrario al carácter que se ha ido forjando, ponemos en peligro la coherencia del texto y generamos una disonancia. Si forzamos algo del entorno para que la historia fluya, también.
A lo único que podemos aspirar es a conocer tanto a los personajes que encontremos la manera de dirigirlos con circunstancias y obstáculos propios del entorno para que la historia fluya. Esto se aplica tanto a los escritores brújula, según van escribiendo, como a los escritores mapa, durante el proceso de planificación.
La tercera muerte del autor
Esta es la muerte definitiva: cuando llega a manos de un lector. Esto es porque cada cual interpreta a su manera. Aunque sea el mismo texto, dáselo a mil lectores y tendrán mil libros distintos. Y ninguno de esos libros es, exactamente, el que el autor queria transmitir.
Vamos, que el autor está muerto antes, durante y después de crear su obra: primero a merced de sus limitaciones culturales y lingüísticas, luego a merced de sus personajes y finalmente a merced de sus lectores. No obstante, y a pesar de todo, sigue siendo una figura clave en la creación de cultura. Después de todo, sin él no habría obra, así que habrá que tratarle con un poco de cariño, ¿no?