Un guante perdido en una mañana resacosa

La noche anterior se había pasado, y no poco, con el alcohol. Solo eso podía explicar que Nerea hubiera acabado en la cama con Lolo, ese hombre que parecía tenerla en un pedestal desde hacía años. Pena que fuera tan tímido y aburrido. Aunque la noche pasada no lo había sido tanto; estaba claro que él también se había pasado con los cubatas, porque ahora estaba durmiendo la mona y no había forma de que se despertara.

Casi mejor. Así podré marcharme antes de que se genere una situación incómoda. Y, con un poco de suerte, cuando se despierte ni se acordará de que estuvimos juntos, pensó Nerea, y comenzó a recorrer el camino hasta la entrada, recogiendo su ropa y vistiéndose, hasta que tuvo todo puesto salvo un guante.

Maldijo entre dientes. No podía irse sin él. Se lo había tejido su abuela y, además, no quería dejar ningún rastro suyo en la casa. Así pues, comenzó a buscarlo más minuciosamente y, ahora que estaba más despejada, no pudo evitar fijarse en detalles de la casa, decorada con mucho gusto, que se le habían pasado por alto: esas estanterías repletas de libros, películas y discos, muchos de los cuales estaban entre sus preferidos; el divertido collage de fotos de Lolo en distintos países del mundo que le encantaría visitar; que todo estuviera lleno de plantas bien cuidadas.

Vaya, a lo mejor Lolo no está tan mal, se sorprendió. 

Pero aun así siguió en busca de su guante y, cuando ya hubo registrado cada palmo del pasillo, del salón y de la cocina, donde había un bizcocho casero a medias que tenía una pinta estupenda, no le quedó más remedio que volver al dormitorio. No había mucho que ver allí, salvo el armario, la cama y el propio Lolo. Este, tapado con una sábana que apenas le cubría hasta las caderas, despeinado y con un asomo de barba, era mucho más sexy de lo que dejaba entrever su ropa de pijo anticuado.

Nerea rebuscó entre las sábanas con cuidado, tratando de no despertarle, y por fin, tras moverse Lolo en sueños, encontró el dichoso guante, que él había estado aplastando con su cuerpo. Se lo puso, triunfal, y se dispuso a marcharse, pero el roce de las sábanas la hizo detenerse. Se giró para mirarle; seguía igual, dormido… y muy deseable. Dudó. Ya estaba vestida y sería muy raro volverse a desvestir para esperar a que despertara. Además, si la resaca de él era la mitad de fuerte que la suya, no le parecían las condiciones más apropiadas para el primer polvo que recordarían con claridad.

Así pues, tomó una decisión. Se marchó sin hacer ruido, sí, pero no sin antes dejarle una nota con su número de teléfono y un simple «¿Nos vemos esta noche? Nerea».

Apenas media hora después, todavía de camino a su casa, recibió la respuesta: «Estoy a tu disposición». Nerea sonrió al ver el mensaje. ¿Quién le iba a decir, apenas veinticuatro horas antes, que estaría impaciente por volver a ver a Lolo gracias a un guante perdido?

Este relato se escribió originalmente por un reto literario en el que había que escribir un relato en el que uno de los personajes estuviera dormido todo el rato, y en el que un guante perdido debía ser el desencadenante.

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Todos los relatos cortos y personajes de esta web son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

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