Caza

Entro en la ciudad de Delmedeiae a través del puerto, tras varias semanas viajando de polizón en el barco de los clérigos del bien. En cierto modo, sospecho que sabían que estaba aquí, porque a menudo encontraba comida abandonada en los lugares más insólitos y más de una vez han pasado de largo demasiado cerca de donde estaba escondido. Sé que son lo bastante poderosos como para detectar a un intruso si se molestan, así que les agradezco que, si me han localizado, no me hayan hecho salir de mi escondite… o no me hayan lanzado por la borda. Aunque claro, eso estaría en contra de su filosofía y de su religión.

He oído cosas horribles sobre esta ciudad maldita, y de todas las que hay en el archipiélago de las Islas Kulitíes. Aunque, por imposición del pacto que hicieron con la Unión Dielmanesa tras acabar la guerra entre ambos, tuvieron que adoptar la religión de los dioses benignos, en realidad la mayor parte de sus habitantes, truhanes, criminales y asesinos, adoran a los demonios… y sus dirigentes oficiales no son más que meros títeres dirigidos por los verdaderos amos… los no muertos.

Me marcho rápidamente del Distrito del Puerto y me dirijo al Distrito del Templo, ya que sé que esta zona, completamente independiente, es la única de toda la ciudad en la que el mal es mantenido a raya. De hecho, el barco repleto de clérigos y paladines en el que he realizado el viaje ha sido mandado como refuerzo y recambio de los clérigos que llevan aquí ya unos cuantos meses. Supongo que es necesario que los clérigos vayan rotando, porque intentar imponer el orden en una ciudad en la que el caos domina desgasta los poderes y la fe de cualquiera.

Según tengo entendido, por lo que me contó el joven marinero que me ayudó a entrar en el barco sin ser visto, los clérigos del bien tienen que luchar contra tres facciones: el hampa (que está asociada con una banda de vampiros), el Consejo Gremial (que va por libre y en general persigue sus propios beneficios) y otra banda de vampiros independiente del hampa que controla el distrito del cementerio. Si conozco bien al que una vez fue mi amante, Kodos, se habrá unido a estos últimos.

No sé qué me afectó más, si el hecho de que me abandonara por su sueño de encontrar la vida eterna o el precio que estaba dispuesto a pagar para conseguirlo. Cuando me abandonó, pasé muchos meses en soledad, sin saber qué era lo que pretendía. Luego noté, a través de nuestro vínculo, cómo iba perdiendo su humanidad poco a poco, hasta que finalmente tuve un sueño profético que me mostraba cómo, tras acabar con las vidas de varios inocentes, era aceptado por la camarilla de vampiros y convertido en una aberración.

Estuve a punto de contratar a un cazavampiros para que acabara con él, pero me di cuenta de que tenía que ser yo el que hiciera este trabajo, por lo que fue nuestra relación y por mí mismo. Y ahora estoy aquí, porque algo me dice que, de entre todas las ciudades de este archipiélago maldito, él está precisamente en esta: la más grande y la más plagada de corrupción y crímenes. Le voy a encontrar y acabaré con ese monstruo que tiene su mismo aspecto, pero que no es él.

Sorprendido por la belleza que puede tener esta ciudad sin alma, encuentro el Distrito del Templo lleno de mansiones, pero sin ningún lugar donde un ciudadano de a pie que busque la protección del Bien pueda descansar. Supongo que es normal, porque en esta ciudad maldita nadie busca la protección del Bien.

Pasar la noche sin que me roben o me asesinen o esclavicen será un grave problema. Debería salir de caza ya, pero necesito descansar y mentalizarme un poco antes de ir tras Kodos. Además, no soy tan estúpido como para hacerlo en las horas de mayor oscuridad, los momentos en que los vampiros son más poderosos.

Preocupado porque cada vez hay menos luz, voy a las puertas de la ciudad y pregunto a un soldado por un lugar donde pasar la noche. Me mira extrañado, apretando fuertemente su espada, pero me indica que lo mejor que puedo hacer es ir a la zona central de la ciudad y probar suerte en El oro y la gema, en la plaza del mercado.

La taberna es un lugar de bastante calidad, solo superado, según el tabernero, por El dragón Marmóreo, donde se alojan los grandes dignatarios. Por el aspecto de los clientes y la localización, deduzco acertadamente que es un lugar bastante caro, al ser el único donde pueden pasar la noche los mercaderes que no tienen un acuerdo especial con los gremios. No obstante, teniendo en cuenta que la alternativa es dormir en un lugar poco seguro, me desprendo de mis monedas de oro sin pensarlo. Después de todo, es posible que no pase de esta noche.

Tomo una cerveza junto a un borracho comerciante que me dice antes de caer redondo:

—¿Eres nuevo en la ciudad? No te preocupes, aquí solo hay una regla… Que no te pillen… a no ser que tengas mucho dinero.

Asqueado, me retiro a mi habitación e intento dormir sin éxito hasta unas horas antes del amanecer. Ha llegado el momento de salir de caza.

El tabernero me mira anonadado mientras abandono la protección de la taberna, pero no se molesta en detenerme. La gente de esta ciudad bastante tiene con protegerse a sí misma, nadie aspira a ayudar a otros. Imagino lo que piensa: que si quiero morir, es cosa mía. Pero yo no voy a morir… voy a matar.

Sigo mi intuición en dirección al Distrito del Cementerio, moviéndome de sombra en sombra con el menor ruido posible. Sé que está cerca, porque aún lleva el medallón que le regalé y puedo percibirlo.

Cuando voy a doblar una esquina, una forma se abalanza contra mí y me derriba. Lucho con todas mis fuerzas contra el vampiro, pero es demasiado fuerte para mí y acerca sus colmillos a mi cuello… antes de convertirse en cenizas.

Anonadado, miro a mi salvador. Kodos me dirige una media sonrisa que hace que se asome uno de sus colmillos. Más hermoso que nunca, pero justo por esa perfección artificial ahora ya no parece él mismo.

—Sabía que vendrías —dice al acercarse. Empuño mi espada con firmeza e interpongo su filo entre los dos—. ¿De veras, me amenazas?

—No des un paso más, bestia asesina —le digo, con el corazón en un puño. Se ríe y siento como si no hubiera cambiado nada, como si siguiéramos en Dielm y nada hubiera ocurrido.

—Sigues siendo el hombre del que me enamoré —me dice con voz aterciopelada—. Crees que he cambiado, pero te equivocas.

—¡Mientes! ¡Te he visto asesinando a inocentes!

—Ah, tus profecías. Pero deberías aprender a ver mejor, amor. He asesinado, pero no a inocentes. En esta ciudad, ya no quedan más almas puras que las de los patanes del Distrito del Templo, y con mi purga estoy haciendo más el bien que todos ellos juntos. ¡Y la recompensa es la vida eterna!

Se acerca lentamente y no puedo resistirme a su mirada hipnótica. Aparta con un manotazo de desprecio mi espada, que cae al suelo, y me besa con la pasión de los viejos tiempos. Pero algo ha cambiado. Su boca tiene un sabor metálico. Un sabor a sangre.

Me estremezco mientras despierto del embrujo, tomo la estaca de mi cinturón y se la clavo en el corazón.

Se separa de mí y me mira desconcertado mientras se marchita. Su mirada parece pura, como en los viejos tiempos, y sé que llevaré esta imagen gravada hasta el fin de mis días. Llorando, recojo el medallón de entre las cenizas y me levanto rápidamente al oír un ruido a mi espalda.

—Lo has hecho bien —me dice el marinero que me ayudó a llegar a Delmedeiae. Le miro sin entender, hasta que se quita la peluca y deshace el hechizo ilusorio que le envuelve, para revelar la forma del cazavampiros al que estuve a punto de contratar—. Siempre resulta duro acabar con ellos, sobre todo cuando antes fueron alguien a quien amamos —se explica—. Pero, si lo haces, entonces eres digno. ¿Te unirás a mi gente, para acabar con ellos?

Le miro, aún con lágrimas en los ojos y asiento lentamente con la cabeza. Tras una última mirada a las cenizas del que fue mi gran amor, le acompaño en dirección a mi nueva vida. Tengo mucho que aprender y, cuando lo haga, los vampiros temblarán ante la mención de mi nombre.

Este relato lo realicé originalmente para una antología romántica de El club de las escritoras. Aunque desde las primeras líneas me di cuenta de que el romance no era precisamente el eje central, lo que estaba saliendo era demasiado bueno como para abandonar…

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