Otras de las preguntas y comentarios que más me repiten los lectores en presentaciones, eventos y por redes sociales y otras formas de contacto es: «¿De veras viajas sola? ¿Por qué? ¡Qué valiente eres!». Pues sí, la mayor parte de mis viajes grandes voy sola y no es solo una cuestión de valentía, sino de un montón de razones que procedo a explicar.
Las ventajas de viajar sola
El mundo es muy grande y es ahora o nunca
Estoy sana, tengo energías, tengo tiempo y tengo dinero. El cuarteto perfecto para viajar, y, si tengo que esperar a que ese cuarteto se cumpla en las personas que me rodean… ¡no viajaría nunca! Es difícil coordinarse: la gente tiene sus propias vidas y sus propios problemas, diferentes prioridades, diferentes trabajos que dan fechas de vacaciones dispares.
Comprometerse a viajar con otras personas, sobre todo a largo plazo, significa un alto riesgo de anular dicho viaje. Un ejemplo: llevo desde pequeña con la idea de hacer el Camino de Santiago con mi padre. Hace tres años, decidimos que era hora de llevar a la práctica ese viaje. La primera anulación fue por mi culpa: me despidieron y encontré trabajo un mes antes de que empezara la reserva, así que hubo que hacer uso del seguro de viaje para anularlo. El año pasado le sacaron los dientes y no le íbamos a hacer andar 25 km diarios a base de sopas. Y este año le han operado de dos hernias y es de esperar que lo tengamos que volver a retrasar. En definitiva, si hubiera decidido seguir con el viaje sola, ya lo habría hecho varias veces si me hubiera dado la gana. Pero aquí estoy, a la espera de que a la cuarta vaya la vencida. También iba a hacer una escapada de Semana Santa o Puente de Mayo con una amiga en Portugal. Al final, por diversos imprevistos, ella no puede hacerlo ni en unas fechas ni en otras. El resultado: como el cuerpo me pide un viaje, he reservado una escapadita a Florencia. Sola.
La Esclerosis Múltiple me acecha
Yo, además, tengo una amenaza sobre mí que hace que ese «ahora o nunca» sea más intenso: la Esclerosis Múltiple. Es una enfermedad incurable e imprevisible que me puede dejar ciega, paralítica, con un vértigo constante o vete a saber en cualquier momento. Vale que luego te vas recuperando, poco a poco. Pero no puedo evitar pensar que, si no viajo ya, a lo mejor en unos meses será demasiado tarde, porque estaré demasiado agotada, o demasiado tocada por la enfermedad, para hacer esos viajes. Así que más me vale hacerlo ya. ¿Que existe el riesgo de que me dé un brote estando sola en el extranjero? Sí. Pero he aprendido a reconocer los síntomas, no es algo que te dé de repente… y para algo están los seguros de viaje.
Me gusta ir a mi aire
Bueno, aquí reconozco que soy una especialita a la hora de viajar. Como habrá notado cualquiera que lea mis crónicas, soy de dormir en buen hotel (que es lo más caro) y de comer de supermercado si hace falta (gano mucho tiempo, que es lo importante cuando quieres explorar una ciudad entera en pocos días). También tengo siempre muy claro qué es lo que quiero visitar y me gusta ir a mi propio ritmo. Y puedo asegurar que es difícil seguirme el ritmo.
Viajar con otras personas implica que hay que ceder. Ceder con un hotel más barato, o con comer en restaurantes (perdiendo al menos hora y media entre que te sientas y te sirven, además de un valioso dinero que podría invertir en la entrada a algo interesante), o con andar a un ritmo más lento, o con visitar algún museo o monumento que no te interesa, o con acortar una visita a un museo que te gusta (se habrá notado que a mí, si un museo me gusta, acampo en él). Incluso puede ser mucho peor. Tengo una amiga que, cuando viaja, disfruta yendo a centros comerciales, que son iguales en cualquier país del mundo. Sobra decir que la he descartado como compañera de viaje.
«¿Pero qué pasa con los tours organizados? Ahí no puedes elegir», me preguntan. Falso. Ahí, elijo el propio tour: sé dónde voy a ir, cuándo toca restaurante y más o menos dónde dormiré. Y, en función de esa información, contrato con una touroperadora o con otra.
Salgo de mi zona de confort
Viajar sola implica que no tienes comodín. Si te pierdes, tienes que buscar la forma de llegar a tu destino, preguntando (si no hablas el idioma, estás apañado, aunque yo hablo perfectamente el inglés, me defiendo con el francés y el portugués y tengo nociones de japonés, así que a la larga encuentro a quien me entienda) y tirando de apps y de mapa como puedas. Estás en un sitio extraño, con otra cultura y costumbres, y tienes que desenvolverte sola. Perderse o enfrentarse a imprevistos con un amigo u otras compañías es distinto. Pierdes ese punto de aventura, el estado de alerta que te permite estar más atento a los detalles que te rodean.
Conozco gente nueva
Esto está un poco relacionado con lo anterior. Viajar con conocidos hace que formes una especie de burbuja con ellos y que no necesariamente tengas que interactuar con quienes te rodean. Viajar sola implica que tengo que interactuar con los demás sí o sí, a no ser que quiera pasarme el resto del viaje sin abrir la boca. Y los demás, para qué engañarnos, sienten curiosidad por esa chica que parece feliz viajando sola. Así que se forma el caldo de cultivo perfecto para hacer nuevas amistades y conocer gente interesante.
Aun así, voy con toda la protección posible
Aquí es donde esa sensación que tienen todos de que soy valiente la desmonto en un periquete. Todos los viajes que he hecho sin tour organizado han sido por aquí cerca (máximo tres horas de avión) y por unos pocos días. Cuanto más lejos o más tiempo me voy, más rígido y con más actividades es el tour al que me apunto. Por supuesto, esto me da la seguridad de contar con un grupo que se extrañará si desaparezco o que se preocupará si me pasa algo. Aunque no les conozca de nada.
Sobra decir que solo viajo a países seguros. No me he atrevido a irme a La India, ni siquiera con tour. Si el Ministerio de Asuntos Exteriores dice que hay riesgo, aunque dicho riesgo sea mínimo, no voy (aunque me muero por ir). Incluso si el Ministerio no lo dice, pero yo percibo el país como inseguro para una mujer que viaja sola (como la India), ni me lo planteo.
Tampoco viajo a ningún sitio donde la vacuna de la fiebre amarilla sea mandatoria, primero porque no puedo ponerme dicha vacuna por la medicación, segundo porque, aunque pudiera, eso indica que los niveles sanitarios son deficientes.
Además, contrato un seguro de viaje carísimo que incluye los gastos médicos derivados de mi enfermedad, por si me da un brote. Y hago todas las gestiones (traducciones juradas, informes médicos en inglés…) para que no haya ningún problema con mi medicación en caso de pérdida, robo… También me inscribo en el registro de viajera y hago un plan de dónde voy a estar en cada momento (preferiblemente intercalando freetours) que comunico a mis familiares, llevo a mano todos los teléfonos de embajadas y consulados…
Los contras de viajar sola
Por supuesto, viajar sola no solo tiene ventajas. Siempre voy con un poquito de miedo, por si me pierdo, me pasa algo o me da un brote de esclerosis múltiple. Esto último es una auténtica paranoia, y no ayuda nada que el agotamiento me haga sentir como si estuviera a punto de tener uno, así que tengo que gestionar mucho mi cansancio, especialmente el primer día, si he tenido que madrugar o ha sido una paliza en el aeropuerto.
El precio también es un problema. No se comparten gastos. De hecho, se te cobran grandes suplementos. He llegado a pagar más de 1000€ de suplemento individual (en el viaje a Japón) y es una auténtica puñalada trapera.
Aun así, creo que los pros superan a los contras, en especial cuando la alternativa de no viajar sola es no viajar. Por descontado, si alguien quiere apuntarse al viaje que quiero en el momento que quiero y cuando tengo fuerzas, es bienvenido. Pero, si no, seguiré explorando el mundo en solitario y os animo a hacer lo mismo.
¿Quieres saber dónde he viajado y lo que he hecho hasta el momento? Pincha aquí